La tercera morada ya es un lugar más alejado de la muralla del castillo, por tanto existe menos peligro de salir. Sin embargo, la persona necesita aprender a ser humilde y compasiva, pues las batallas ganadas en la segunda morada podrían endurecer su corazón.
– Claudia Morales Cueto
Para mantenerse dentro del castillo de la morada interior, el habitante de las segundas moradas tuvo que ser perseverante y aprender a dominarse a sí mismo, establecer nuevos hábitos y costumbres. Así ha podido seguir adentrándose en el castillo y llegar a la tercera morada. Nos dice santa Teresa que quien llega a estas estancias es bienaventurado, pero que aún necesita seguir profundizando en el conocimiento de su verdad personal a la luz de la Verdad de Dios. La persona ha comenzado este camino convencido y ha usado su intelecto para comprenderlo mejor, pero aún no tiene una relación con Dios basada en el amor, sino en la razón. Así como en la segunda morada Jesús se revela como el maestro, en la tercera se vuelve más cercano, se presenta como un amigo. Escucha o ve la clase en estos enlaces:
La imagen del joven rico
Como a un soldado bien ejercitado en la batalla, el caminante espiritual sale fortalecido de las batallas de las segundas moradas y reconoce que el orden y la disciplina son importantes para vencer. Por ello organiza su vida y santa Teresa lo describe así (3M1,5):
- Deseoso de no ofender a Dios;
- No peca ni venialmente;
- Hace penitencias o sacrificios;
- Dedica tiempo a la oración;
- Gasta bien el tiempo;
- Hace obras de caridad;
- Es ordenado en su hablar, vestir y en fin, en toda su vida.
El orante que ingresa en las terceras moradas ha hecho cambios muy notables desde que decidió dejar atrás la vida descentrada y desordenada de quienes viven fuera del castillo. Dice Teresa que es “linda disposición para que (Dios) les haga toda merced” (ídem). Sin embargo, no es suficiente para crecer en el itinerario del amor. El peligro es quedarse en el cumplimiento de lo exterior sin entregar a Dios el corazón, como el joven rico del evangelio (Mt 19,16-22).
La verdadera perfección
Cuando una persona ha vencido varias batallas, puede quedarse con la coraza puesta, para no exponer el corazón. Eso es algo que puede pasarle al orante de las terceras moradas. Se viste de la coraza de las reglas y de los deberes para sentirse seguro; también puede vanagloriarse de los obstáculos que ha vencido y sentir que todo lo ha recibido por mérito propio. Pero la perfección verdadera, la que Dios desea, es la de vivir de acuerdo al mandamiento del amor a Dios y al prójimo, y eso no lo podemos hacer relacionándonos protegidos por una coraza de acero, haciendo juicios de los demás o sintiendo que siempre tenemos la razón y los demás están equivocados. Santa Teresa define la humildad como «andar en verdad» (6M10,7). Frente a Dios podemos mostrarnos sin caretas, sin máscaras, no tenemos que estar presumiendo nuestros logros, pues el conoce toda nuestra realidad, incluso mejor que nosotros mismos. Solo con la humildad el orante puede dejar atrás sus «obrillas», lo que cree que ha hecho por Dios, así como las tentaciones del egocentrismo, la vanagloria o la soberbia. La actitud de servir como “siervo sin provecho” (3M1,8 y Lc 12,48) es la indicada para quien toma consciencia de que ha recibido muchísimo más de lo que ha dado, comenzando por la vida.
«Pruébanos tú Señor…»
Santa Teresa termina el primer capítulo de las terceras moradas con una exclamación:
“Pruébanos tú, Señor, que sabes las verdades, para que nos conozcamos” (3M1,9).
Las pruebas son las situaciones adversas que enfrentamos en la vida, son parte de nuestra naturaleza humana como la enfermedad y la muerte u otras pérdidas. La situación de pandemia actual es una gran prueba para todos, en diferentes niveles, pues algunos la estamos enfrentando desde casa, pero otros tienen que seguir trabajando o atendiendo a los enfermos. No es que Dios juegue con el ser humano «mandando» que sufra. Los cambios y las dificultades son situaciones que se presentan en la vida, ante las cuales tenemos la oportunidad de elegir cómo queremos vivirlas. En esta situación de pandemia y confinamiento, te invito a preguntarte:
- Cómo te ha probado esta circunstancia?
- ¿Qué te das cuenta que te cuesta? ¿Renunciar a un gusto, a tu comodidad?
- ¿Disponerte al servicio?
- ¿Renunciar a tener la razón en una discusión?
- ¿Confiar en Dios?
Y la pregunta más importante:
¿Cómo puedo crecer en mi relación con Dios y con los demás en esta circunstancia? ¿Cómo estoy invitado a comunicar amor, a cultivar la paz, a expresar bondad y generosidad en esta situación crítica?
Las situaciones límite son excelentes maestras para conocernos mejor y descubrir nuestra verdad personal, a qué estamos atados, cuáles son nuestros verdaderos afectos y valores, por qué apostaríamos la vida.
Soltar amarras
Dios quiere invitarte a una relación más profunda con Él; Jesús ya no quiere solo que seas su discípulo, sino su amigo. Y los amigos se tienen confianza. Para entrar más adentro necesitas renunciar a querer controlar la relación. Él quiere navegar contigo mar adentro, pero para eso es necesario que sueltes amarras y confíes en la travesía que Él propone. Dice santa Teresa que tenemos un buen Capitán; Él conoce los mares, la ruta y hasta domina los vientos. No podremos ir más adentro en el mar o en el castillo de las moradas si insistimos en hacerlo apoyados en nuestras seguridades humanas. En el libro de la Vida santa Teresa, después de estar por años tratando de mejorar su oración, dividida entre sus deseos de Dios y sus deseos del mundo, lo expresa así:
«Todo aprovecha poco, si quitada de todo punto la confianza en nosotros, no la ponemos en Dios”. (V8,12)
La adversidad será entonces la oportunidad para que el orante se dé cuenta qué tan fuerte está en las virtudes que son pilares de la vida espiritual: la humildad-verdad,a libertad o desasimiento y el amor. La invitación, pues, es a soltar amarras, a dejar el puerto seguro y navegar hacia la profundidad, hacia tierras y mares desconocidos del amor infinito de Dios.
Aprender a confiar
El asunto no está tampoco en andar con temores, sino en aprender a confiar en Dios. No se trata de buscar quien nos dé por nuestro lado, o de ganar en las discusiones y ser el más informado o el más listo, sino en confrontar nuestra verdad personal con la Verdad de Dios. El meollo del asunto tampoco está en estar fijándonos en las faltas de los prójimos, sino en respetar su proceso, observar nuestras fallas y enmendarlas. Para esto también nos ayuda compartir la experiencia con personas que ya han entrado más adentro en el castillo:
«Algunas cosas que nos parecen imposibles, viéndolas en otros tan posibles y con la suavidad con la que las llevan, anima mucho y parece que con su vuelo nos atrevemos a volar, como hacen los hijos de las aves cuando se enseñan» (3M2,12).
La humildad-verdad permite conocer la fragilidad y miseria personal, el desasimiento permitirá dejara atrás todo lo que no permite ir hacia Dios con libertad, la oración-amistad permite experimentar el gran amor de Dios y donarle la voluntad.
Orientaciones bíblicas
- Salmo 112 (111). Dichoso quien teme al Señor.
- Mateo 19, 16-22. El joven se retira entristecido.
- Juan 11, 16. Tomás tiene un gesto de arrojo y generosidad pero luego… Juan 20, 24-29 se convierte en un gesto de cerrazón y resistencia.
- Salmo 139 (138); Tobías 12, 11-18. Pruébanos Señor.
Recursos
Grabación de la clase de las terceras moradas:
Descarga el libro de Las Moradas, con los comentarios del Padre Tomás Álvarez
Medito:
“¿Qué puedo hacer por un Dios tan generoso que murió por mí, me crió y me da el ser?” (3M1,8)
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