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El Espíritu Santo en Teresa de Jesús

Claudia Morales Cueto

Santa Teresa escribe el libro de la Vida para entenderse, para que sus confesores la entiendan y para, como ella dice, “engolosinar almas” de los bienes que pueden recibir por medio de la amistad con Dios. En el capítulo 38 de este libro, la Santa cuenta cómo el Señor le ha mostrado grandes secretos y le revela gracias para otras personas que la han acompañado.

Es fácil identificar las referencias pascuales en este capítulo. Teresa celebra a través de sus vivencias las palabras de Jesús “a ustedes los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre” (Jn 15,15). Es el Señor quien le “muestra sus más grandes secretos” (V38,2). Él mismo le dijo: “Mira, hija, qué pierden los que están contra Mí, no dejes de decírselos” (V38,3). Así, se siente persuadida por el Señor para describir el valor del desasimiento, «gran señorío para el alma» (V38,4), la confianza frente a la muerte (V38,5), el provecho que trae considerarse “peregrinos” y la fuerza de la misericordia del Señor en su vida.

Al hablar de los efectos de estas visiones, señala la contemplación de la Humanidad de Cristo y su Presencia real en la Eucaristía. A lo largo del libro de la Vida Teresa nos ha mostrado que el Señor se hace cercano, semejante a nosotros, de diferentes maneras: podemos tratar con Él como amigo; como es Divino y Humano junto puede entender todos nuestros trabajos y dificultades, así como gozar con nuestras alegrías. Por medio de la eucaristía, disimula su Majestad en un sencillo pan (V38,21), para que podamos acercarnos a Él. Pero es Pan de Vida, en él de verdad está presente.

«Mas si no encubrierais vuestra grandeza, ¿quién osara llegar tantas veces a juntar cosa tan sucia y miserable con tan gran majestad?» (V38,19)

La fiesta del Espíritu Santo en Teresa

La Santa narra cómo el 29 de mayo de 1653 experimenta también un Pentecostés que la deja fuerte en la virtud (V38, 9-11), de la misma forma que el Espíritu se regala en gracias con otras personas que le han acompañado, como confesores, monjas de la comunidad de la Encarnación, el rector del Colegio de la Compañía…

Conviene leerla y orar con ella en esta víspera de Pentecostés:

“Estaba un día, víspera del Espíritu Santo, después de misa. Fuime a una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces, y comencé a leer en un Cartujano esta fiesta. Y leyendo las señales que han de tener los que comienzan y aprovechan y los perfectos, para entender está con ellos el Espíritu Santo, leídos estos tres estados, parecióme, por la bondad de Dios, que no dejaba de estar conmigo, a lo que yo podía entender. Estándole alabando y acordándome de otra vez que lo había leído, que estaba bien falta de todo aquello, que lo veía yo muy bien, así como ahora entendía lo contrario de mí, y así conocí que era merced grande la que el Señor me había hecho. Y así comencé a considerar el lugar que tenía en el infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loores a Dios, porque no me parecía conocía mi alma según la veía trocada. Estando en esta consideración, diome un ímpetu grande, sin entender yo la ocasión. Porque parecía que el alma se me quería salir del cuerpo, porque no cabía en ella ni se hallaba capaz de esperar tanto bien. Era un ímpetu tan excesivo, que no me podía valer y, a mi parecer, diferente de otras veces, ni entendía que había el alma, ni qué quería, que tan alterada estaba. Arriméme, que aun sentada no podía estar, porque la fuerza natural me faltaba toda.

“Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma, bien diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas de unas conchicas que echaban de sí gran resplandor. Era grande más que paloma. Paréceme que oía el ruido que hacía con las alas. Estaría aleando espacio de un avemaría. Ya el alma estaba de tal suerte, que, perdiéndose de sí a sí, la perdió de vista.

«Sosegóse el espíritu con tan buen huésped, que, según mi parecer, la merced tan maravillosa la debía desasosegar y espantar; y como comenzó a gozarla, quitósele el miedo y comenzó la quietud con el gozo, quedando en arrobamiento. (…) Desde aquel día entendí quedar con grandísimo aprovechamiento en más subido amor de Dios y las virtudes muy más fortalecidas. Sea bendito y alabado por siempre, amén”.

Una nueva manera de vivir: ser peregrinos

«Me aprovechó mucho para conocer nuestra verdadera tierra y ver que somos acá peregrinos» (V38,6)

Estas grandes mercedes de secretos del cielo, llevan a Teresa a vivir centrada en lo que más importa, que es contentar a Dios en todo. No son mercedes que la aíslen de sus quehaceres, de su comunidad, de su realidad. Por el contrario, la llevan a comprometerse aún más en hacer al Señor presente en en la vida.

La actitud de peregrinos ejemplifica bien el desasimiento: todo es pasajero, vamos en camino, nada de lo terreno es para siempre. Hay que vivir teniendo el cielo como meta, y eso nos lleva a vivir en amor de Dios y al prójimo, de maneras muy concretas.

El peregrino anda en búsqueda de la Verdad; Teresa encontraba en la oración tanto el trato afectuoso de Jesús, como la reprensión a sus faltas. La oración no es autoengaño ni evasión. La oración refuerza la humildad, pues el orante se da cuenta que es el Señor quien lo ha sacado de sus pecados y es a Él a quien debe acudir para no perderse. La confianza sólo en Él.

Para saber más: Morales Cueto, Claudia; Castro Yurrita, Enrique. Vida que transforma vidas. Flor de Letras, México, 2018.

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