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Santa Teresa considera fundamental la meditación en la humanidad de Cristo, a diferencia de muchos espirituales de su época.

-Claudia Morales Cueto

En la época de santa Teresa existía un dualismo que aún pervive en nuestros días en algunos ambientes: el que opone la carne o lo humano, a lo espiritual. Muchos espirituales de la época de santa Teresa consideraban que para acceder a la contemplación era necesario dejar de meditar en la humanidad de Cristo. Aunque en un primer momento Teresa lo intenta, siente que el alma se queda «sin arrimo», desorientada. Debido a esto, tanto en el libro de la Vida, como en el de Las Moradas dedica un capítulo especialmente a explicar la importancia de meditar en Jesús DIvino y Humano.

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Los deseos de santidad

Cuando era niña, santa Teresa tenía deseos de cielo, de ser santa. El ambiente familiar y sus lecturas inspiran sus juegos, como el de ser ermitaños en la huerta, o las travesuras, como escaparse con su hermano Rodrigo para ser mártires. Al crecer olvida un poco esos deseos, pero los retoma en el internado de Santa María de Gracia, cuando su maestra María de Briceño le recuerda el pasaje del evangelio que dice: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos» (Mt 20,16).

 

Un Dios que mira y remira cómo volvernos a Él

En el libro de la Vida, Teresa narra su proceso de enamoramiento de Dios de una forma tan sincera y auténtica que nos permite identificarnos. Cuando entra al convento de la Encarnación, lo hace más por el temor a Dios que por amor a Él. En su larga enfermedad aprende la oración de recogimiento a partir de los libros de los franciscanos Francisco de Osuna y Bernardino de Laredo. Durante su proceso de recuperación, la enfermería se vuelve su oratorio. Piensa que si Dios la cura, ella podrá dedicarse más a la oración, pero estaba muy equivocada.

 

De vanidad en vanidad

La recuperación de la enfermedad no lleva a Teresa al recogimiento, sino a la dispersión. Vuelve a pasar gran tiempo en el locutorio,conversando con gente de fuera del monasterio y, debido a su gran amor a la verdad, no puede autoengañarse: tiene claro que ya no dedica tiempo a la oración y se siente dividida:

Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas: por una parte me llamaba Dios; por otra yo seguía el mundo. Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo”.

V7,17

Jesús, el amigo verdadero

En su proceso personal, santa Teresa descubre en Jesús al amigo verdadero, que nos tiene paciencia y que nos transforma por medio del amor.

“¡Oh, qué buen amigo hacéis, Señor mío! ¡Como le vais regalando y sufriendo, y esperáis a que se haga a vuestra condición y tan de mientras le sufrís Vos la suya! ¡Tomáis en cuenta los ratos que os quiere, y con un punto de arrepentimiento olvidáis lo que os ha ofendido!”.

V8, 6

Dios sale al encuentro

Santa Teresa pasa entre 18 y 20 años con esta lucha interna entre los deseos de Dios y los deseos del mundo. Sabía que debía regresar a la oración, pero no le dedicaba tiempo. Estando así, Dios le sale al encuentro:

“Acaéciome que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar… Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya para no ofenderle”.

V9,1

Es un momento de gracia. Por medio de esta imagen de Cristo muy llagado, Dios toca el corazón de Teresa y ella decide dejar de confiar en sus fuerzas y confiar completamente en Dios. A partir de ese momento comenzó su tercera y definitiva conversión.

Cristo, centro de la vida cristiana

Suena como algo obvio, pero algunas personas espirituales lo olvidan. Santa Teresa nos muestra cómo meditar en la humanidad de Cristo es algo que está a nuestro alcance. Nos aconseja leer el Evangelio y emplear la imaginación para entrar en la escena.

Siempre he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados”. C21,4

Nos narra cómo se imaginaba haciendo compañía a Jesús en el huerto, o en el pozo de la Samaritana, o sentada escuchándolo, como María, la hermana de Lázaro.

El problema de rechazar lo corpóreo

Cristo muy llagado

Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Es divino y humano junto, afirma santa Teresa. Para ella, el consejo de solo meditar en lo espiritual dificulta la meditación y la oración. Meditar en Jesús humano nos permite sentirlo cercano. Ella nos dice que en nuestro interior podemos hallar a Cristo como lo necesitemos, en el huerto, la Pasión o resucitado.

Cristo redime todo lo humano y es quien sella la nueva alianza. Es el mayor regalo de Dios al hombre, signo de su amor y de su benevolencia. La realización del hombre pasa por la relación personal y seguimiento de Cristo. Santa Teresa afirma:

“He visto claro que por esta puerta hemos de entrar”. V 22,6

Cristo, el amigo verdadero

“Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita”.

V22, 6

No somos ángeles

Rechazar la meditación de la humanidad de Cristo o considerarla para principiantes, es una falta de humildad, dice nuestra doctora de la Iglesia. ¿Por qué consideramos poca cosa acompañar a Cristo en la cruz, como lo hizo san Juan? (V22, 5). Por otra parte, santa Teresa afirma claramente que somos seres humanos, no ángeles, por ello nos ayuda tener presente a Jesus humano:

Nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo. Querernos hacer ángeles estando en la tierra es desatino”.

V22, 10

Santa Teresa rechaza completamente la dualidad carne-espíritu y considera que la persona completa es la que se relaciona con Dios, no solamente su espíritu.

Dirigir nuestra mirada a Cristo

Considerar a Jesús humano nos ayuda a centrar nuestra atención en Él y mirarlo. Así nos ponemos en su presencia y lo escuchamos interiormente. Entrar vivencialmente en el Evangelio prepara el corazón para que Dios lo enseñe a amar.

Representad al mismo Señor junto a vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando.Y creedme, mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo”.

C26,1

 

Para saber más:

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Lee el capítulo 22 del libro de la Vida.

El el capítulo 7 de la sexta Morada, en el libro de Las Moradas.

García, Ciro. Santa Teresa de Jesús. Nuevas claves de lectura. 2a edición. Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2014.

 

 

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