Todo comenzó en Duruelo (1568)
Manuel Diego Sánchez, carmelita
Parece mentira, pero fue en un lugar inhóspito y abandonado, desconocido para los más del siglo XVI (santa Teresa no acertó a dar con él en su primera visita de 1567, se perdió en aquel paraje…) allí donde comenzó a actuarse la reforma carmelitana para los frailes por obra de San Juan de la Cruz, que atendió a la iniciativa y a las razones de santa Teresa y se prestó para seguirla en esa empresa. Fue en Duruelo, una alquería en descampado de la provincia de Ávila, a no confundir con el pueblo de Duruelo, Casasola, en la misma provincia, ni con el Duruelo de la Sierra, provincia de Soria que hace honor con su diminutivo a la cercanía del Rio Duero; tampoco con el Duruelo de la provincia de Segovia en la comarca del Duratón. El de nuestra historia carmelitana es mucho menos importante.
Hoy, el lugar al que nos referimos y que forma parte de tantas rutas teresianas y sanjuanistas ya no es tan desconocido, y entra también con todo derecho dentro del itinerario de la última ruta teresiana configurada “De la cuna al sepulcro” que tiene aquí una de sus paradas más significativas, pues está ligado a la presencia y al paso tanto de Teresa como de Juan de la Cruz. Del que hablamos ahora es, por tanto, un lugar teresiano-sanjuanista.
Hace más de 4 siglos
Estamos de aniversario ya que el 28 de noviembre de este año 2018 coincide con el 450 aniversario de esta gesta primordial. Santa Teresa que, después de comenzar la reforma de las monjas con el monasterio de San José de Ávila (1562), deseaba hacer lo mismo con los frailes, logró el permiso del General de la Orden Carmelita de poder fundar en Castilla dos monasterios de frailes carmelitas reformados (1567). Buscando lugar y sujetos para llevar a cabo la empresa fundacional, en Medina del Campo (1567) se topó con los primeros candidatos: el prior del convento del lugar, Antonio de Heredia, y el joven carmelita Fr. Juan de santo Matía, apenas llegado de la universidad de Salamanca con el fin de celebrar su primera misa en aquella villa de las ferias junto a su madre y familiares. El ofrecimiento de una casa de labor en Duruelo (que santa Teresa fue en persona a inspeccionar) por parte del caballero abulense Don Rafael Mejía completó ya la posibilidad de realización del proyecto reformador entre los hombres. No era mucho lo que tenía a disposición, pero suficiente como para comenzar a dar vida a ese ideal.
El día 28 de noviembre de 1568, que en aquel año coincidió con el Domingo I de Adviento, allí se puso en marcha la vida carmelitana reformada masculina con la renuncia y profesión de los dos primeros frailes descalzos, que para significar el nuevo estilo de vida, cambiaron incluso sus nombres religiosos, y así desde entonces serán conocidos como Antonio de Jesús y Juan de la Cruz. Y de este modo comenzó hace exactamente 450 años la reforma teresiana entre los frailes, que rápidamente se extendería a otros lugares de España. Y desde aquí, desde Duruelo también empieza Juan de la Cruz su tarea de formador e introductor a esta nueva forma de vida religiosa para tantos candidatos, hasta el punto de que se le considera como el modelo y primer carmelita descalzo, colaborador asiduo en la obra reformadora de la Madre Teresa.
Duruelo es, por tanto, la cuna, o como diría la madre Teresa, el Portal de Belén, de aquel proyecto de vida que completó su carisma fundacional, en el que entran monjas y frailes al servicio de la Iglesia y de la humanidad.
La cuestión es que como ocurre con las cosas grandes, aquello comenzó de la forma más sencilla y desconocida. Ni siquiera estuvo presente la Madre Teresa en la inauguración, sino que lo hizo meses más tarde, en la cuaresma del 1569. Tampoco tuvo el cronista adecuado ni el historiador que reconstruyera con fuentes históricas fidedignas lo que allí pasó. Incluso los dos protagonistas como que no le dieron importancia al hecho y tampoco se preocuparon de dejar una escueta información de lo ocurrido en aquel día memorable; nada nos han transmitido de la inauguración y del tiempo posterior. Es más, se sabe que hicieron un pacto de silencio para no hablar nunca de aquellos primeros días tan especiales del estreno reformador. Y lo cumplieron a rajatabla.
¿Por qué no hablan los frailes de su fundación?
“¿Por qué no hablan y escriben los frailes mismos que están haciendo la experiencia y la conocen paso a paso en cuanto a hechos y sentimientos? Y especialmente ¿por qué no habla y escribe fray Juan de la Cruz, que tiene dotes y facilidades para ello?… Su silencio tiene raíces más hondas. No se trata de olvido, sino de una acción querida, de propósito deliberado. Han tomado el compromiso comunitario y personal de callar. Han hecho un pacto de silencio” (F. Ruiz).
Sólo santa Teresa (que por cierto, nunca menciona el nombre de Duruelo, sino que habla de un lugarejo…, ¡tan insignificante era!) nos ha dejado una información bastante detallada, aunque menos pendiente de fechas y sucesos, más bien reducida al proceso llevado a cabo y a la realización concreta de aquel proyecto fundacional que ella tanto deseaba y que lo valoraba en mayor grado que el de las fundación de las monjas. Hay que leer, por eso, el capítulo 14 del libro de las “Fundaciones” para enterarnos de lo que allí ocurrió y de lo que ella pensaba acerca de sus primeros frailes. Un relato en el que no faltan observaciones y detalles femeninos (había tantas cruces y tantas calaveras, dice), el acento sobre la proyección social y apostólica que realizaron en el entorno los primeros frailes, la vida de austeridad y penitencia que allí se observaba (y que ella tuvo que moderar)… Es un capítulo muy logrado y en el que se trasluce la honda satisfacción que tenía porque se hubiera llevado cabo esta idea que ella abrigaba desde hacía tiempo y no sabía cómo darle forma.
La cuestión es que la experiencia de Duruelo fue breve y muy pronto se abandonó aquel sitio que tenía el privilegio de ser el primer asentamiento carmelitano, pasando el convento al cercano lugar de Mancera de Abajo, donde el señor de aquella villa (de la familia ducal de Alba) les ofrecía una propuesta de edificio mejor y más capaz. Y así el 11 de junio de 1570 la fundación de Duruelo pasó a Mancera, diócesis ya de Salamanca, donde profesaron los primeros novicios de Duruelo y se pudo establecer la comunidad de forma más holgada, abierta ya a la incorporación de nuevas vocaciones.
Una estancia breve la de Duruelo (apenas un año y unos meses), pero que dejó en sus habitantes y en la tradición secular de la familia teresiana como un aprecio especial por aquel sitio y hasta una cierta nostalgia de aquellos días y de aquellas experiencias más originales. Siempre estaba el deseo (también en nuestros días) de volver la vista hacia atrás y mirar hacia Duruelo para entender lo que quisieron encarnar Teresa y Juan de la Cruz.
De hecho la Orden volvería al lugar construyendo y fundando un convento en forma allá por el año 1639, el cual duró hasta la exclaustración del 1836, y del que queda aún en pie parte del edificio, p.e. , la parte más visible de su claustro carmelitano. La Madre Maravillas de Jesús en el siglo XX se propuso recuperar estos primeros lugares teresiano-sanjuanistas, y así fundaría monasterio de monjas en ambos sitios: en Mancera (1944) y en Duruelo (1947), monasterios femeninos que mantienen hoy la presencia carmelitana en estos sitios históricos.
La fuerza evocadora del paisaje
No sólo el hecho del desconocimiento del lugar y la poca significación geográfica que tenía (un lugarejo), sino que todos cuantos visitan Duruelo insisten en la dureza del sitio y la desnudez del paisaje, impresión mitigada únicamente por el horizonte de la sierra de Gredos. Sin embargo, se trata del aspecto que más llama la atención todavía hoy, la ausencia de paisaje (si se puede hablar así!), por lo que instintivamente evoca tantos aspectos de la experiencia y doctrina de Juan de la Cruz, el que fuera su morador más importante.
Entre las descripciones modernas del lugar, siempre me llamó la atención la que nos dejó el famoso Crisógono de Jesús (1904-1945) en su vida popular de San Juan de la Cruz, luego algo más ampliada en la que sería su obra maestra, la vida crítica del Santo (1946), todavía publicada hoy en la colección BAC nº 435. Así escribía Crisógono allá por el 1941; naturalmente lo hacía a partir de una fina y detallada observación del lugar, pero reconstruyendo idealmente aquel ambiente de septiembre 1568 que encontraría por vez primera Juan de la Cruz:
“Es Duruelo una alquería situada al extremo oeste de la provincia de Ávila; casa pequeña; graneros, que son desvanes mal resguardados, y unos corrales para ganados y aperos de labranza. Eso es todo. Junto a la pobre alquería se ve el cauce seco de un arroyo, que en la invernada lleva el agua de lluvias y deshielos. No es el típico paisaje castellano, de horizontes sin límites, sin árboles ni praderías. Tiene ondulaciones y quebradas, que recortan la visión de la lejanía; tiene encinares como de campo charro y algunos pequeños pastizales. Pero todo es pobre: la casa, el terreno, el encinar; hasta el arroyo. Sobre todo ahora en que el campo está abrasado por los calores del pasado estiaje: yerba seca, rastrojos amarillentos, cuestecillas peladas, que enseñan a trechos la osamenta de sus peñascos. Y luego soledad, una soledad absoluta, sin ruido de hombres, ni de pájaros, ni de aguas. Hasta el aire parece que pasa por allí callado, silencioso, filtrándose suavemente por entre las encinas del montecillo cercano”.
Es el mejor retrato que se ha podido trazar, que sirve incluso para el día de hoy en que el lugar está más poblado y construido. Pero tiene aún ese recio matiz que le dan tanto el horizonte como las encinas centenarias que le adornan. No cabe duda que aquí se construye la personalidad de Juan de la Cruz, el santo de las Nadas y de la noche oscura, aunque después no deje de apreciar los paisajes más pintorescos y variados de Andalucía. Sin embargo, Castilla es Castilla, y es la región que más le configura. Por eso, el anglicano Allison Peers que tradujo al inglés la obra sanjuanista y escribió tanto en lengua inglesa sobre Teresa y Juan de la Cruz, decía con no poca razón: “Desde el primer día en que conocí la austera pero luminosa belleza de Castilla, me alegré de que San Juan de la Cruz hubiera nacido allí. Hoy, después de un cuarto de siglo en creciente intimidad con su pensamiento, me parece imposible que hubiera podido nacer en ninguna otra región” (Spirit of Flame, New York 1944, p. 4).
Otro especialista moderno de Juan de la Cruz, Federico Ruiz Salvador, recientemente fallecido (+ 16.11.2018) siempre se sintió atraído por este paisaje de Duruelo, y tiene una especial sensibilidad a este lugar donde firmó el prólogo de su mejor libro en el lejano 1968, año del anterior IV centenario de la reforma teresiana en este lugar:
“En esta humilde alquería, Juan de la Cruz da comienzo a una grande aventura espiritual, hecha con intención de embarcar en la misma a seguidores incondicionales… Desierto de hoja parda y tierra gris: encinas, pardas encinas. El ábrego en sus furores, lo habrá llevado, rodando y volando, hasta Gimialcón o Peñaranda; y el cierzo invernal lo empujó de nuevo hacia los campos de Duruelo. Es hoy el mismo que pisaron sus pies descalzos” (Introducción a san Juan de la Cruz, p. 1).
Es también otra descripción que sabe sacar partido de la condición de este sitio que parece todavía sigue tal y como Juan de la Cruz lo pisara en la segunda mitad del siglo XVI. Y como dice el mismo autor, “Juan de la Cruz es de Castilla, penetrado de esta tierra, hecha a su medida. Tiene los gustos austeros de la gente que allí vive” (ibid., p. 32). Por esto, nuestro paso por Duruelo, todavía hoy, nos ayuda a entender la personalidad sanjuanista tan marcada por estos paisajes, aunque parezca que son más bien la negación de toda belleza, y a pesar de que se crea no concuerda esto con la belleza y exuberancia de su poesía mística:
“Tierra dura y al natural, la meseta de Castilla, donde transcurre la mayor parte de su existencia, con un cielo cercano y luminoso que fecunda y castiga tenazmente. Hay mucha gente incapaz de penetrar en la belleza desnuda y áspera de la región por influjo inadvertido de principios extraestéticos. No es lo mismo gustar la belleza de un paisaje que querer vivir en él. Muchos no lo creen bello, porque les parece incómodo o improductivo” (ibid., p. 33).
No está de más recordar el carácter memorial que tiene todavía Duruelo, más que otros sitios, para entender al personaje, la obra escrita y doctrina de Juan de la Cruz. Y los peregrinos de nuestros días, que precisamente se precian de prescindir de los medios modernos de comunicación para recurrir al gesto ancestral de caminar para seguir las pisadas de Teresa y de Juan de la Cruz, deben acercarse a este lugar desde esta estética de la austeridad y de la negación que ofrece aquí el paisaje castellano. Es más, la peregrinación a pie ayuda mejor que otras formas a entender la perspectiva mística del entorno y paisaje de Duruelo y Mancera de Abajo.
Los comienzos que asentaron una obra grande
Precisamente el 28 de noviembre de 1591, a menos de un mes de distancia de la fecha de su muerte, estando ya enfermo Juan de la Cruz en Úbeda, le recordaron la coincidencia de la fecha (23º aniversario), con la particularidad de que en aquel día se encontraba allí de visita también el Padre Antonio de Jesús, el otro protagonista, el cual cedió fácilmente al sentimentalismo y a la curiosidad de los frailes y comenzó a hablar de aquellos primeros tiempos, hasta que Juan de la Cruz reaccionó con estas palabras: “Padre, ¡ésa es la palabra que nos hemos dado de que en nuestra vida no se había de tratar ni saber nada de eso?”. Y no se atrevieron a contradecir al enfermo.
Lástima que no nos hayan llegado noticias y detalles de aquellos días tan densos de los comienzos, pero no le faltaba la razón a Juan de la Cruz para no quitar importancia a lo allí sucedido, porque en este caso el silencio vale tanto o más que la crónica. Pues también esto forma parte del silencio de Duruelo, y así lo deberían entender los peregrinos de hoy. Juan de la Cruz prefiere hechos, callar y obrar, como consta en la leyenda de aquel retrato de él que se conserva en Alcalá de Henares.
Así lo entiende el conocido especialista Federico Ruiz:
“Todavía hoy nos impresiona la soledad de Duruelo poblada de silencios: silencio de la tierra amplia y el cielo abierto, silencio de las encinas oscuras y de los caminos desiertos. Y silencio también de la historia, ya que ni ruinas han quedado del primitivo convento.
Pero es otro silencio, más profundo y elocuente que el ambiental, el que emite mensajes desde Duruelo. Es el silencio de la sencillez, de la humildad evangélica que no utiliza trompetas ni altavoces, que vive para Dios en desnuda transparencia. El silencio envuelve, depura y eleva toda su experiencia religiosa y humana, dándole una especial calidad” (Dios habla en la noche, p. 108).
Duruelo en la poesía
Para completar la evocación de esta fecha conmemorativa, reproduzco las quintillas que mucho tiempo después colocaron los frailes carmelitas en este lugar natal de Duruelo:
De aquí el Carmelo confiesa
Salió su primera luz:
Aquí comenzó su empresa,
Después de santa Teresa
El gran fray Juan de la Cruz.
Aquí fue el primer convento,
Donde floreció aquel día
La familia de su aumento,
Principio de su contento
Y solar de su alegría.
Sacras y amadas paredes,
Tesoro de las mercedes,
Que Dios hizo a vuestro Altar,
Él volverá a edificar,
Y a poner aquí sus sedes.