Seleccionar página

“No entiendo estos miedos: ‘¡demonio! ¡demonio!’ adonde podemos decir: ‘¡Dios! ¡Dios!’ y hacerle temblar”. – Santa Teresa de Jesús (V25,22)

Claudia Morales Cueto

El evangelio de este domingo 10º del tiempo ordinario (Marcos 3, 20-35) nos presenta a Jesús de regreso a Cafarnaúm, incomprendido por su familia, que piensa que está loco; y por los maestros de la ley, que van más allá y afirman que su poder viene del demonio. A pesar de conocerlo, sus familiares se sienten desconcertados ante la nueva identidad que se está forjando en Jesús, como predicador, sanador y redentor de todos los que sufren. Este pasaje me recordó los años en los que santa Teresa tampoco fue comprendida en los inicios de su vida espiritual. Quizá al decidir profundizar en el camino de la oración, también te ha ocurrido a ti.

La incomprensión de los amigos y conocidos

Entrar de lleno en la relación con Dios es abrirse a un profundo proceso de transformación personal, que con frecuencia no es comprendido por quienes conocen de tiempo atrás al orante, y están familiarizados sus tendencias de carácter y defectos. En el libro de la Vida (cap 19) santa Teresa narra cómo cuando experimentaba la oración de unión ya tenía las virtudes más despiertas, es decir, trataba de manera consciente de llevar una vida buena y entregada a Cristo. Sin embargo, todavía tenía fallos. Hacía poco que había retomado la oración, pues la había abandonado por más o menos un año y medio, cuando la muerte de su padre la sacude y el acertado acompañamiento del padre dominico Vicente Barrón, quien había sido confesor de su padre, la ayudan a regresar con determinación y gratitud al trato de amistad con Dios.

El Señor comienza a regalar a santa Teresa gracias místicas notables, de forma que los demás “entendiesen me los dabais” (V19,7). A Teresa siempre le había importado mucho que las otras personas tuvieran buena opinión de ella, y estos dones traen consigo una prueba:

“Comenzó la murmuración y persecusión de golpe y, a mi parecer, con mucha causa; y así no tomaba con nadie enemistad … Decían que me quería hacer santa y que inventaba novedades no habiendo llegado entonces con gran parte aun a cumplir toda mi Regla” (V19, 8).

Los deseos de santa Teresa de apegarse a una vida más virtuosa y orante no son comprendidos por sus hermanas del monasterio de la Encarnación. Es interesante notar que la oración le ha ayudado a crecer en humildad y no se victimiza, sino que sabe que ha recibido las gracias de la unión con Dios sin mercerlas, sin ser santa. Tiene ante la adversidad una actitud de aprendizaje y crecimiento: “Descubríanme verdades, porque lo permitíais Vos”, le dice al Señor (V19,8).

Los expertos a veces se equivocan

Los éxtasis y arrobamientos eran notorios. Como santa Teresa fue una buscadora de la verdad, lo comunica a su amigo Francisco de Salcedo, a quien ella llamaba “el caballero santo”, para que le ayude a conseguir un confesor que pueda orientarla. Francisco de Salcedo regresa al convento de la Encarnación, acompañado del P. Gaspar Daza, quien no acepta confesarla pero sí escucharla, y ambos le piden que escriba qué experiencias místicas ha tenido. Como estas experiencias son nuevas en Teresa, no entiende del todo lo que le pasa, por lo que para poderse explicar subraya en sus libros de oración las partes que muestran las experiencias que Dios le ha regalado. Mientras tanto, Dios sigue su obra y a los arrobamientos siguen las visiones y las locuciones. El P. Gaspar Daza considera difícil discernir él solo si lo que vive Teresa de Ahumada es obra de Dios o del demonio. Recordemos que en esa época la Inquisición quemaba a quienes se salían de la norma. Para poder dar un veredicto más certero, y que santa Teresa no esté engañada, Daza pide ayuda a cinco o seis letrados o asesores espirituales, “todos muy siervos de Dios” (V25, 14). No se sabe con certeza quienes son, el P. Tomás Álvarez considera que además del P. Daza los otros que revisaron el caso de Teresa fueron los sacerdotes Gonzalo de Aranda, Baltazar Álvarez (confesor de nuestra santa en ese periodo) y Alonso Álvarez Dávila. Con su saber y su entender de teólogos, llegan a la conclusión de que “era demonio, que no comulgase tan a menudo y que procurase distraerme de suerte que no tuviera soledad” (V25,14).

La fidelidad de Dios

Con este verdicto, en el que se le ordena no frecuentar la eucaristía y no tener oración en soledad, Teresa queda desecha:

“Fuíme a la iglesia con esta aflicción y entreme en el oratorio, habiéndome quitado muchos días de comulgar, quitada la soledad, que era todo mi consuelo, sin tener persona con quien tratar, porque todos eran contra mí” (V25,15).

La incomprensión de los letrados o asesores espirituales dura alrededor de dos años. A Teresa la atormenta a veces la duda de si realmente sus experiencias místicas han sido provocadas por el espíritu del mal. En los momentos de incertidumbre y ante la murmuración que la rodea, la hace fuerte la amistad y fidelidad de Dios. Como deja de tener oración en soledad, aún estando en conversación con otras personas el Señor comienza a manifestarse, a hablarle. Un día el Señor le comunica con claridad: “No hayas miedo hija, que Yo soy y no te desampararé: no temas” ( V25, 18).

En los momentos más difíciles de su vida, santa Teresa recibió el regalo de las hablas de Dios.

Con sólo escuchar estas palabras, Teresa queda completamente serena, sosegada, con fortaleza y seguridad. Ella se admira del poder de las palabras de Dios, que son obras, así como cuando Jesús usó su el poder de sus palabras para calmar la tempestad.

La humildad y la transformación

La Santa nos comparte el dolor de no haber sido comprendida y el que sus experiencias de Dios fueran juzgadas de manera equivocada para que comprendamos la dificultad del camino espiritual y la importancia de que quien acompaña al orante sea una persona bien preparada y con experiencia espiritual. Cuando menciona la murmuración de algunas hermanas o las limitaciones que le ponían los confesores, no lo hace con rencor o haciéndose víctima. Siempre valoró la verdad y entiende que los otros pueden mostrarle otros puntos de vista valiosos. Pero le dolían las murmuraciones. Su primera estrategia para distanciarse de esas críticas fue recordar un versículo del salmo 118 que dice que Justo es el Señor y rectos son sus juicios. Al preguntar al Señor cómo siendo justo permitía las críticas e incomprensiones, Dios le regala la primera habla mística o locución que recibió: “Sírveme tú a Mí y no te metas en eso” (V19,9). Ella que siempre había estado preocupada por su reputación y por ser bien apreciada, queda con más libertad y humildad, confiando plenamente en Dios.

Cuidar que no se rompa la comunidad

Comunidad

Mantener unida la comunidad y amar a los hermanos es más importante que el rigor.

En el libro de las Moradas, escrito ya en la madurez espiritual de la autora, nos asegura que muchas veces la incomprensión del proceso espiritual de las personas cercanas a nosotras puede generar división en la comunidad, ya sea porque queremos que sean más perfectos o devotos, o nosotros mismos queremos diferenciarnos de los demás con rigores o como dice ella con “celo de perfección muy grande”. Con claridad advierte:

“Lo que aquí pretende el demonio no es poco, que es enfriar la caridad y el amor de unas con otras, que sería gran daño. Entendamos, hijas mías, que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo, y mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectas” (1M 2, 17).

¿Cómo es tu proceso? ¿Quién te acompaña en el camino? ¿Con quienes compartes las vida? ¿Con qué perfección vives el mandamiento del amor?

Para saber más:

Morales Cueto, C.; Castro Yurrita, E. Vida que transforma vidas. Flor de Letras, México, 2018.

Suscríbete a nuestro boletín y recibe gratis un póster-infografía de la vida de santa Teresa de Jesús.

Share This